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VII Etapa, Valladolid - Cuéllar (Segovia)

Por Antonio, Fernando (P-10511) y Jose Antonio (Caballodeacero)

 

Es sábado 12 de Julio pero bien podría parecer que estamos en Noviembre. El mercurio (del termómetro) no debe andar más allá de los 10º C y el cielo está plomizo aunque no parece amenazar lluvia; “vaya día”, pienso mientras busco en el armario mi Barbour que estaba guardado hasta el otoño.

Hemos quedado pronto para hacer la etapa por la mañana y evitar el calor habitual de estas fechas. El día de la recogida del testigo a los compañeros de Salamanca tuvimos temperaturas muy altas y no queríamos pasar por lo mismo…, pero tampoco nos esperábamos esto.

Llego al punto de encuentro con veinte minutos de retraso,  lo que da lugar al lógico  abucheo por parte de los compañeros. Antonio viene pertrechado con ropa de abrigo y Fernando con su atuendo veraniego de camiseta y mitones!. “Fernando, vas a tener frío, podemos prestarte algo para que vayas más cubierto”,le dijimos.No, no, va bien así”, nos contestó él. Hay que ver cómo son estos castellanos recios, curtidos por las inclemencias de la meseta, no se arredran por esas nimiedades.

Iniciamos la ruta por la carretera de Rueda, vía secundaria como todas las que recorreremos a lo largo de la etapa. No llevamos vehículo de apoyo, así que vamos confiados en la fiabilidad de las Mercurios y nuestra pericia con las herramientas en caso de tener problemas mecánicos.

Hemos salido un poco más tarde de lo previsto y no queremos hacer esperar a Microtaller. Puente Duero, Valdestillas…, los pequeños pueblos se suceden deprisa con la aguja del cuentakilómetros oscilando alrededor del 80. Antes de llegar a Mojados hemos de cubrir tres kilómetros por la carretera nacional. Peligro: los coches y camiones nos adelantan sin miramiento, incluso sin guardar una distancia de seguridad mínimamente prudente. Me guardo el cabreo en el bolsillo y nos ponemos en el arcén para evitar males mayores.

La travesía de Olmedo nos conduce a la carretera que lleva a Iscar. Vuelve la tranquilidad propia de las carreteras secundarias y nuestro disfrute de  la conducción solitaria. El día sigue cubierto; no asoma el Sol ni por casualidad. El Barbour no sobra en absoluto y sigo pensando en el frío que estará pasando Fernando que viene tras mi rueda.

 Hacemos la primera parada en Megeces junto al puente que salva el río Cega. Hemos ido tan acelerados que ahora nos sorprende comprobar que tenemos tiempo de sobra para unas fotos tranquilas y comentar el excelente comportamiento de nuestras queridas máquinas. Si tuviéramos cerca un bar incluso tomaríamos un cafetito para entrar en calor.

Retomamos la marcha y entramos en la provincia de Segovia. Mata de Cuéllar, Vallelado, San Cristóbal de Cuellar…, pequeñas poblaciones de carácter agrícola que nos anuncian la llegada a nuestro destino.

Paramos a la entrada de Cuéllar para hacernos una foto y advertimos por casualidad que la moto de Fernando ha perdido el tornillo-tapón del embrague, dando lugar a unas hermosas manchas de aceite en el pantalón. Revisamos el nivel y no hay problema, la pérdida ha sido mínima. Sin embargo, sería conveniente encontrar un tapón que solucione de manera provisional el percance. Ya sabemos que el ingenio mercuriano no conoce límites, así que la cosa quedó solucionada con un tapón de corcho que encontramos por el suelo adaptado a base de corte de navaja. Podéis comprobar en las fotos el resultado de la “obra de ingeniería” y os aseguro que aguantó los 70 kilómetros restantes.

Llegamos al Castillo de Cuéllar, lugar de encuentro con Microtaller y de entrega del testigo, a las 11.15, hora convenida. Mientras esperábamos al susodicho, y al hilo del percance del tapón,  dimos rienda suelta a una de las habituales aficiones mercurianas, las sesudas charlas sobre mecánica: “lo bien que va mi moto”,  “lo próximo que voy a hacerle” y “pero hombre, cómo llevas eso así”. Conversaciones del más alto nivel que rivalizan con debates como la física cuántica, la búsqueda del Santo Grial ó el origen de la vida, por poneros un sencillo ejemplo.

Ya sabéis que del dicho al hecho hay un paso y sacar las herramientas y ponernos a hacer reglajes fue cosa de medio minuto. Fernando tiene las herramientas originales de la Mercu, complementadas con auténticas joyas como el abrelatas-destornillador que podéis admirar en primer plano de la foto. Este material, en manos del doctor-catedrático-jubilado Antonio, le hace caer en la tentación de todos los hombres sabios, que no es otra que compartir sabiduría y conseguir que tu máquina y tus conocimientos vuelvan a casa más completos que cuando salieron.

En estas apareció Micro, a quien hicimos entrega del testigo y nos encaminamos a la más importante gestión de la mañana: El almuerzo. Gestión que no resultó todo lo provechosa que esperábamos porque los sitios conocidos estaban cerrados.

Encontramos un barecito en el que arramblamos con las existencias de tortilla de patata, empanadillas y jamón. Todo ello acompañado de (poco, que había que conducir) vino y cerveza.

Pasado el mediodía nos dispusimos a retomar el camino de vuelta. Nuestras monturas estaban impacientes por volver a la ruta y devorar kilómetros.

Micro quedó maravillado con la moto de Antonio: Motor de 200cc, freno delantero de doble leva y ¡tachánnnnnnn! asiento con bisagras abatible lateralmente para dar acceso al compartimento inferior. Creo que es uno de los más firmes candidatos al premio “Mercurio mejor tuneada”, al igual que Fernando lo va a ser al “Mercurio que funciona de milagro”.

Después de despedirnos con las habituales loas a la amistad mercuriana, tomamos el camino de vuelta por otra ruta. Apenas habíamos salido cuando nos detuvimos ante un viejecito que conducía un destartalado ciclomotor que Antonio se empeñó en comprar. Debió ver mucho interés por nuestra parte, porque nos pidió como si aquella carraca fuera una metralla. A lo mejor es que incluía en el lote el magnífico casco con cordel a guisa de barbuquejo que lucía esa mañana.

Después de esta estampa de neorrealismo, llegamos al Santuario del Henar, lugar de devoción a la Virgen del mismo nombre donde hicimos una breve parada.

 

La carretera nos llevó con mucha tranquilidad hasta Montemayor de Pililla (no es broma) y Tudela de Duero, lugar donde volvió el agobio de los coches adelantando a su aire y a toda pastilla.

En menos de media hora nos plantamos en Valladolid a través de Boecillo, Viana y Puente Duero. Llegamos a eso de las dos y algo: la hora ideal para tomar un vermú comentando las vicisitudes de los 127 kilómetros que habíamos hecho en la mañana.

 

El testigo se encamina a abandonar Castilla y León para llegar a manos de los madrileños…que ya os contarán....

 

Etapa VIII, Etapa de Segovia, Cuéllar - Alto de los Leones de Castilla.

Escribe: Microtaller. Fotos: Jesús Vázquez.

 

¡Castilla varonil, adusta tierra,

Castilla del desdén contra la suerte,

Castilla del dolor y de la guerra,

tierra inmortal, Castilla de la muerte!

 

Antonio Machado, Campos de Castilla.

 

Tres monturas, tres caballeros de figuras dispares. A los pies del castillo de Cuéllar se disponen a iniciar su devenir por la provincia de Segovia; de punta a punta, de Norte a Sur y de la manera que sea, pero hay que llegar al objetivo: el límite con la provincia de Madrid.

Ya arrancan sus caballos metálicos. Uno de ellos pega un resoplido y media palanca de arranque sale volando y casi desnuca a uno de los gentiles, que se salva de milagro. Se coloca de nuevo la pieza y de nuevo sale precipitada a las alturas. Se atasca la boya del carburador y se hace un bonito charco de gasolina en las históricas piedras que rodean el palacio, una marca que recordará tan alta gesta a las generaciones venideras. Unos golpes en el carburador bastan para hacer que la boya cambie de actitud y deje de jorobar a los viajeros, en especial a Maese Jorge, su dueño, que creía que a él nunca le pasarían estas cosas.  Acompañados de una montura más moderna, los tres caballeros enfilan las empedradas calles de la Villa camino de la carretera abierta, esperanzados con lo que les espera y confiando que no se les desguace nada más durante la aventura. Claro que no son monturas cualquiera, son monturas de probada dureza y eficacia, son Mercurios que cambiaron las alas por ruedas chinas y que de nuevo salen a que los aldeanos las admiren o en algunos casos las ignoren, que de todo hay en los caminos del Señor.

 

Decía que allá van los tres, enfilando las rectas que desde Cuéllar les introducirán en los extensos pinares de arenas blancas, antaño productores de resina sangrando lentamente y ahora espectadores de turistas y recogedores otoñales de setas. Y el calor aprieta, aprieta mucho, por lo que pasar junto a algunos campos en que se riega consuela a los viajeros y les anima a seguir adelante. Pasan los pueblos: Arroyo de Cuéllar, Navas de Oro, Santa María la Real de Nieva… el ritmo es alto y las largas rectas hacen que las pocas curvas que encuentran fomenten piques y tumbadas majestuosas (bueno, a lo mejor no tan majestuosas) hasta que abandonan la zona de pinares y paran un momento para relajarse, pero poco momento, pues la temperatura no aconseja parar y es mejor que la brisa refresque lo poco que pueda.

Solo se registra un pequeño incidente: de pronto me doy cuenta de que voy solo y he perdido a mis dos acompañantes. Pero no es gran cosa, en cuanto paro y doy la vuelta les veo venir a buen ritmo. Luego refieren que fue un mosqueo de Iñaki por un ruido pero que era con seguridad consecuencia del viento que sufríamos con resignación mercuriana.

Saliendo de la zona de pinares llega un fuerte viento en contra, y se nota en las monturas, que requieren una marcha más corta para poder superarlo, hasta que el caballero de la montura moderna se pone delante y corta el viento al grupo, lo que hace que los motores se desahoguen y vuelvan a su ser. Este viento les acompañará hasta el final de la etapa, haciendo pensar a más de uno en los cilindros de doscientos, los carburadores inverosímiles y los carenados de época en la creencia de que combatirán todos los elementos que hacen que su moto siga siendo lo que fue hace cuarenta y pico años: una moto sencilla pero dura, suficiente para desplazarse a cualquier parte sin problemas, pero para gusto existen los colores.

Podían los viajeros haber desviado su camino y acercarse a Segovia, la hermosa capital de la provincia, pero el intenso calor y la abundancia de turistas hizo que la idea se descartase; quizá en la próxima ocasión pueda hacerse, quién lo sabe. Así, se va llegando a Otero de herreros, donde el viento se hace más y más fuerte, por lo que los intrépidos pilotos se tumban sobre las motos adquiriendo lo que ellos creen es una postura “racing”, y que viendo las fotos no pasa de una cosa bastante tonta, aunque a ellos eso no les importa porque han descubierto por fin para que sirven las estriberas traseras: para poder poner los pies más atrás cuando te crees que eres Ángel Nieto y que la comarcal de turno es el circuito de tu vida. En fin, cosas del calor y el hambre, que se acerca la hora de comer. Lo cierto es que la última hora ha sido un esfuerzo suplementario para los motores, que han cumplido sin desfallecer en ningún momento, demostrando de nuevo lo acertado de su construcción, aunque un descanso les vendrá bien.

Y eso es lo que hacen: detienen el camino en el Mesón de Jesús, uno de los sitios donde mejor se come y mejor te tratan de la provincia, para hacerse con unos huevos fritos acompañados de buen jamón y unos torreznos que darán un punto de vista refrescado a los quilómetros que quedan. Estos huevos están hechos en una famosa sartén que lleva más de treinta años ejerciendo la misma labor: huevos típicos en sartén clásica ¿qué más se puede pedir?

El caso es que entre comentarios, cervezas, huevos, jamón y risas, parten de nuevo.

El caballero de la moto moderna vuelve a casa en dirección contraria (gracias Lancelot por tu apoyo) y los tres caballeros enfilan la bajada del portachuelo de Los Ángeles acompañados del buen Jesús que conduce el coche de apoyo y ha hecho las pocas fotos que la rapidez de la marcha le ha permitido. La bajada se hace a tumba abierta, como no podía ser de otra manera, y tras subir el Puerto de los Leones de manera ejemplar (con lo que les cuesta a los de la Vuelta a España en bicicleta, hay que ver…), se da la etapa por concluida.

En resumen, un magnífico día de motos y otro recuerdo para comentar en reuniones y eventos con los mercurianos de pro.

Finalmente, dar las gracias a todos: a Lancelot y Jesús por su compañía y apoyo, y a Jorge e Iñaki por haber venido conmigo en sus Mercurio en esta mañana calurosa a lo largo de la provincia de Segovia. Ya solo queda esperar a la próxima edición de la Vuelta a España 2010.

 

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